lunes, 28 de mayo de 2012

El entomólogo


Apenas abrí los ojos, me sentí mareada. Miré alrededor y no reconocí el lugar en el que estaba; tuvieron que pasar unos segundos para que mi mente empezara a recordar lo sucedido el día anterior.

Había viajado hasta Inglaterra en busca de William Kinsey, un renombrado entomólogo, quien se especializaba en arácnidos y dípteros. Se presumía, por las publicaciones de sus investigaciones, que sus actuales estudios lo habían ayudado a erradicar los daños de algunas especies de mosquitos y arañas en humanos. Y me enviaron a mí para entrevistarlo e indagar acercar de los beneficios de su descubrimiento.

No contaba yo con que este hombre estuviera escondido en la falda de un cerro inglés muy al norte del país, justo en una zona donde lo único que había eran montañas y más montañas acompañadas por lagos y pequeños ríos. Era más que obvio, entonces, que batallaría para encontrar la dirección del afamado científico —sobre todo porque la única referencia que tenía de su dirección era una foto en la que su casa apenas se veía y no un mapa—; sin embargo, tras explorar El Distrito de los Lagos, como lo llaman los ingleses, encontré la casa de este hombre.

martes, 22 de mayo de 2012

Las tinieblas del corazón


El suelo crujía bajo sus pies y temblaba tan erráticamente que les dificultaba mucho el paso.

—¿Qué está pasando? —preguntó Aura asustada, pero nadie le respondió.

Pararon en seco cuando las sacudidas se detuvieron de golpe. Val notó el fuerte agarre que tenía sobre ella y cuestionó su posición como líder. Había cometido ya un par de deslices durante su corta travesía con esos muchachos, no podía darse el lujo de complacer a su egoísta corazón y, mucho menos, perder la batalla contra Luzbel.

«Has fallado. Les has fallado a todos. ¿Qué diría la Bestia de la Creación si supiera que depósito toda su fe y esperanza en un fracasado?» El murmullo de una voz viperina calaban profundo en él y continuó reprochándole: «¿A cuántas personas más arrastrarás contigo? ¿Cuántas personas deben morir para que estés satisfecho y te des cuenta que todo está perdido?» La voz estaba cargada de ponzoña e inyectaba directo a su sensibilidad las peores dudas y miedos. Era Orpra que, lentamente, llenaba a Val de veneno. De adentro hacia afuera, inmovilizaba su cuerpo y arrastraba su alma a las tinieblas del infierno. «Acéptalo. No has hecho más que guiar a todas esas personas a su muerte.»

martes, 1 de mayo de 2012

Mujer leyendo

"Mujer Leyendo" de Pieter Janssens Elinga
Como cada día al llegar a casa, prendió la chimenea. Estuvo unos momentos de pie ahí, hipnotizada por el fuego que poco a poco se avivaba, pensando en todo y en nada a la vez. ¿Cuánto tiempo esperaría por el regreso de su marido sabiendo bien que nunca más lo vería cruzar la puerta?

Los delgados muros de su pequeña casa dejaban que el frío se colara adentro, calando en sus huesos; sin embargo, ella no lo sentía, así como tampoco sentía el calor que rezumaba de las modestas llamas. Desde la muerte de su marido, lo que sucedía alrededor de ella era ajeno a su percepción. La tristeza amortiguaba buena parte del exterior al mundo que ellos construyeron en tan corto tiempo y con tanto amor.

Puso a calentar agua, más por mecánica que por deseo de tomar algo, y caminó hacia la silla que tenía dispuesta cerca de la ventana, la silla de su marido. La silla en la que él se sentaba cada noche para manuscribir en su diario —algo que ella siempre admiró de él— o leer los cuadernos de sus memorias a lo largo de su vida —a falta de correspondencia y dinero para comprar libros—. Ahora ella ocupaba su lugar, con la intención de preservar algún tipo de legado y conservar su esencia manifiesta de esa manera: leyendo sus diarios de principio a fin, sin descanso alguno y con la mayor pasión que su desgastado corazón le permitía.

Cualquiera que pasara por esa calle y volteara hacia esa ventana vería una mujer sentada, perdiendo el tiempo con la mirada gacha; nadie vería a una mujer sufriendo, a una viuda que no podía desahogar su pena y el dolor de la pérdida. Para el mundo, ella era simplemente una mujer leyendo.