jueves, 10 de enero de 2013

Pedro Páramo de Juan Rulfo, pág. 45 y 46

—¿También a usted le avisó mi madre que yo vendría? —le pregunté.
—No. Y a propósito, ¿qué es de tu madre?
—Murió —dije.
—¿Ya murió? ¿Y de qué?
—No supe de qué. Tal vez de tristeza. Suspiraba mucho.
—Eso es malo. Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace. ¿De modo que murió?
—Sí. Quizá usted debió saberlo.
—¿Y por qué iba a saberlo? Hace muchos años que no sé nada.
—Entonces ¿cómo es que dio usted conmigo?
—...
—¿Está usted viva, Damiana? ¡Dígame, Damiana!
Y me encontré de pronto solo en aquellas calles vacías.

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